Por qué no cambiaron el «paradigma de la vivienda» ni lo van a hacer


                                              Carlos Magariño Rojas

«El desarrollo del capitalismo ha enseñado a la clase obrera misma que no hay nada menos práctico que estas cavilosas “soluciones prácticas” aplicables a todos los casos, y que, por el contrario, el socialismo práctico reside en el conocimiento exacto del modo capitalista de producción en sus diversos aspectos.» Federico Engels, Contribución al problema de la vivienda.

¿Por qué el Gobierno de Progreso no ha cambiado ningún «paradigma de la vivienda» ni se espera que vaya a hacerlo?

¿Por qué sus «políticas útiles» no son útiles para los trabajadores y sí lo son para los especuladores y rentistas?

Leer los anuncios de alquiler hoy es asomarse al abismo de la penuria española: «piso en sótano ideal para una persona» (zulo sin ventanas con cama junto a la lavadora, 800€); «coqueta habitación bien comunicada con el centro» (cuarto con dos camas en piso compartido del extrarradio cerca de una parada de bus, 350€).

La cuestión de la vivienda, como todas las cuestiones sociales, puede tratarse de dos maneras: teniendo en cuenta el problema de clase o no. O lo que es lo mismo, teniendo los pies en el suelo de la materialidad o aludiendo a fantasías. (Para el lector que se espante o se incomode con términos marxistas, añado aparte una explicación (1).

Ni los llamados partidos progresistas, ni los medios afines dicen la verdad. Se achaca el problema a la especulación, observada como si fuera una cuestión ética y coyuntural, y que puede aplacarse con ciertas reformas. Pero como veremos es algo más profundo. Puede intuirse siguiendo por partes un sencillo razonamiento.

1 El contexto económico.

Durante la pasada legislatura del Gobierno teóricamente más progresista (esto es, la opción menos reaccionaria de las dos elegibles) las empresas incrementaron su beneficio 7 veces más que los salarios, en concreto las de IBEX aumentaron sus beneficios más de un 40%, y el negocio de la sanidad privada aumentó en un 53% continuando el expolio de la sanidad pública de la última década.

Este panorama, unido a la pérdida de poder adquisitivo de los españoles, tiene su guinda en otra de las cuestiones imprescindibles para la vida, una de esas que la Constitución (la norma por la que para otros asuntos muchos se golpean el pecho) considera un derecho fundamental: la vivienda.

Es necesario entender que las llamadas «políticas útiles» -ya sean de uno u otro bando político- en España son absolutamente dependientes de la Unión Europea. Nuestro modelo productivo, nuestro proyecto económico como país, nuestra legislación laboral, todo está supeditado a las decisiones de los organismos europeos. Organismos que, no olvidemos, exigen dedicar miles de millones a armamento militar y que subordinan el apoyo económico al recorte de gasto público.



2 Hay grandes y pequeños tenedores.

La Ley por el derecho a la vivienda, que ya analizamos aquí y fue vendida como un «cambio de paradigma», en verdad fue un nuevo pacto de no agresión contra los grandes poderes económicos, otro mal menor a comulgar con resignación religiosa. Incluso asociaciones contra los desahucios denunciaron su ineficiencia y defensores del consumidor como Facua advirtieron de sus posibles trampas.

Uno de los aspectos de la ley, verdaderamente asombroso, es que distingue entre grandes y pequeños tenedores. Para quien no lo sepa aún, un pequeño tenedor de vivienda no es una familia que tiene un garaje y lo alquila, o un pisito en la playa y saca algo de dinero rentándolo unos meses. Nada de eso. Según esta ley, un pequeño tenedor puede ser un señor con 10 viviendas dispuestas para alquiler (o negocio turístico dependiendo de la legislación regional), o 5 en zonas consideradas tensionadas (zonas de mayor valor por oferta insuficiente y cuyo precio puede ser excesivo para una familia media).

En lo que se refiere a los grandes tenedores, son un conjunto de entidades muy diverso y amplio, de las cuales destacan el fondo de inversión norteamericano BlackRock, uno de los bancos de nuestro Ibex, Caixabank, y la Sareb o banco malo (como si hubiera algún banco privado bueno), que asumió con deuda pública casi la mitad de activos tóxicos (hipotecas infumables) de bancos que tuvieron que ser rescatados (porque para eso el Estado sí tiene dinero, como con las armas).



3 El paradigma del rentista ni se toca.

Si, como vemos, nuestro Estado no es más que un agente que media entre los intereses de los especuladores y la necesidad básica de los trabajadores de vivir en algún sitio, y como hemos dicho no posee soberanía propia sino está a lo que ordene la Unión Europea, la pregunta está servida: ¿pueden los inquilinos esperar algo positivo del Gobierno?

Si por positivo entendemos que el precio del alquiler de un piso en un barrio obrero no subirá, de momento, más de las tres cuartas partes de uno de los salarios más bajos de Europa, la respuesta es sí.

¿Y esto va a ser así en el futuro o hay posibilidad de cambio? Les invito a observar en un breve razonamiento cómo funciona la UE.

Esta semana precisamente se decidió en uno de los organismos europeos si se bajaban o no los tipos de interés. Los tipos de interés son el coste de un préstamo (también se llama «precio del dinero»). Pues bien, el Banco Central Europeo lleva subiendo este «precio del dinero» desde hace tiempo, actualmente al 4.5%, y advierte de que ese listón no se va a bajar en mucho tiempo, según informó la señora Lagarde. Hablando en plata, los créditos seguirán siendo más caros hasta sabe dios.

Resulta muy asombrosa, casi tanto como lo del pequeño tenedor, la explicación que da el BCE para aumentar los tipos de interés. Observen la jugada. La lógica neoliberal nos vende que es una manera de combatir la inflación: si se aumentan los tipos, se aumenta el endeudamiento y en consecuencia se deja de comprar, al bajar la demanda bajan los precios y así se estimularía nuevamente el ciclo. Es decir, detener la inflación afectando aún más al poder adquisitivo, lo que lógicamente afectará más a las personas que necesitan créditos (a los que se suele recurrir para vivienda); si se trata de empresas, el aumento de los créditos obligará a subir los precios, lo que de nuevo viene a redundar en cargar el coste al consumidor. Si no lo creen pueden comprobarlo en la muy didáctica página del propio BCE.

Sin embargo, los expertos nos dicen que este dogma, subir tipos de interés igual a disminución de la inflación, no tiene ninguna justificación en la práctica ni en la historia, tal como se explica en este recomendable artículo. De hecho, un país nada sospechoso de ser socialista, Japón, lleva años con un tipo cercano al 0% y ha obtenido buenos resultados tanto de oferta de vivienda como de empleo.

4 Las políticas útiles tienen truco

Así pues, es evidente para quien tenga ojos en la cara que con la vivienda ocurre como con otros aspectos esenciales de la vida de las personas: en capitalismo es una herramienta para la explotación, una necesidad universal que para los grandes y pequeños tenedores se convierte en una suculenta posibilidad de especular. Lo mismo que la sanidad o la educación.

La peculiaridad de la vivienda es que además puede estancarse indefinidamente pues siempre estará disponible, así como ocurre con los recursos naturales que acumulan las lucrativas empresas energéticas, líderes de nuestro Ibex. El poseedor de vivienda o de acciones de energéticas duerme a pierna suelta, así como el banquero vendedor de crédito, sabedores de que nosotros, pobres mortales, acudiremos antes o después a comprarles su mercancía.

Y como mercancía es el fetiche máximo, el referente absoluto, intocable como la propiedad privada. Ningún partido político, por muy de izquierdas que se estime en el estrecho espectro parlamentario, tocará jamás esos fundamentos. Porque son los pilares sobre los que se sostiene el edificio económico de la UE, sucursal europea de los intereses de la OTAN. Esto a nivel continental, pero también a nivel nacional. ¿Alguien cree que un Gobierno metería mano a los «pequeños rentistas» si con ello perjudica a los grandes?

Todas estas políticas no son más que defensas y garantías para rentistas, dinero fácil para especuladores. Les está ocurriendo así a nuestros hermanos en Argentina, país en el que han recurrido a un payaso ultraliberal para colar que el 10% del PIB se destine al pago de intereses. Es la institucionalización con garantía de seguridad estatal del rentismo.

5 ¿Solución?

La primera medida que deberían abordar los teóricos partidos de izquierdas es no mentir. Explicar la verdad. Sería posiblemente incluso más efectivo para obtener votos, explicar que lo único que pueden hacer es gestionar dentro del estrecho margen entre el capitalismo salvaje y el moderado, porque les da miedo cualquier movimiento de masas y ni siquiera están dispuestos a hacer huelgas generales.

El siguiente paso sería proponerse que existe vida más allá del capitalismo y de las sucursales del imperialismo norteamericano que somete la soberanía de nuestros progresistas Estados. No hay un abismo con monstruos, no, de hecho, la alternativa al sometimiento de las empresas que enriquecen a una minoría es mucho mayor, es un extenso terreno donde conviven la inmensa mayoría de la población mundial, su clase trabajadora, que son los que realmente producen.

No es lo mismo vida la de una persona que depende de cobrar su salario el siguiente mes para poder pagar la hipoteca o al alquiler, que gestionar la posesión de 5 o 10 viviendas y poder especular con ellas, que incluso permite subcontratar las tareas a un empleado y despreocuparse. Muchísimo menos quien puede permitirse vivir de los beneficios de acciones en fondos de inversión como BlackRock. No son la misma clase social. Los socialdemócratas se esforzarán en disimular esta diferencia social. Es por eso que en sus discursos políticos jamás aluden a la lucha de clases, o incluso afirman que esas clases ya no existen en la sociedad actual.

La solución de la vivienda, así como del expolio de la sanidad pública o el deterioro de la educación también pública o nuestra vergonzosa implicación en guerras imperialistas como la de Ucrania o el genocidio del pueblo de Palestina, pasa por entender que nuestro Estado es un mero gestor de los intereses económicos de una minoría social. Sólo saliendo de los organismos continentales que avasallan la soberanía popular, será posible una verdadera alternativa fiable y eficaz para la clase trabajadora.


(1) En "Contribución al problema de la vivienda", Federico Engels acomete la cuestión que nos ocupa en esta entrada. Es cierto que lo hace con una diferencia de 150 años, pero su análisis sigue siendo útil para entender la actualidad.

En el texto, que es una reunión de tres artículos, Engels desmenuza las propuestas anarcosindicalistas de Proudhon y las de autores pequeño burgueses, explicando que ambas son ilusorias e ineficaces porque desatienden la cuestión de fondo, que es el sistema capitalista y su disposición social en clases antagónicamente enfrentadas.

Vendría a ser un reflejo en campo de la vivienda de la discusión entre el socialismo utópico y el científico. Resulta curioso, haciendo un paralelismo con nuestras «políticas útiles», que Engels llega a usar la expresión «socialistas prácticos» en referencia a los pequeñoburgueses.

Al final del texto, Engels realiza una contundente crítica de ese socialismo práctico: «Si esta polémica no ha de servir para otra cosa, tiene de bueno, por lo menos, el haber proporcionado la demostración de lo que vale la práctica de estos socialistas que se llaman prácticos. Estas proposiciones prácticas para acabar con todos los males sociales, estas panaceas sociales, fueron siempre y en todas partes producto de fundadores de sectas que aparecieron en el momento en que el movimiento proletario estaba aún en la infancia».

Las soluciones anarquizantes y de ese socialismo «práctico» apelan a ideales como la justicia o la igualdad. Del mismo modo que nuestros paladines actuales de la democracia capitalista apelan a la ética de los grandes empresarios. En otro pasaje del texto, expone: «Los socialistas burgueses quieren, como ya dice El Manifiesto Comunista “remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad burguesa”, quieren la “burguesía sin el proletariado”.

La miseria reflejada por Engels en esta u otras obras, correspondiente a la sociedad de su siglo, permanece en nuestro siglo con diferente aspecto, pero no deja de ser el mismo perro con distinto collar. Los suburbios donde entonces se propagaban las enfermedades como el tifus son hoy los pisos donde todas sus habitaciones están realquiladas (recordemos el confinamiento en la pandemia). Y la alternativa de la hipoteca para ser propietario, es como entonces una manera de amarrar al trabajador o trabajadora a la cadena que le unirá con el banco durante toda su vida, hasta la muerte.

El problema de la vivienda es, por tanto, inherente a la propia naturaleza capitalista. Si el empresario estima la cantidad mínima de salario que puede pagar para que el obrero necesite volver al mes siguiente, lo mismo hace con las condiciones de la vivienda, procurará las reformas y alivios temporales que no impida al usuario un mínimo necesario para tener donde descansar en sus escasos momentos libres. Romper esa lógica sería modificar el ADN que el sistema emplea para reproducirse y permanecer; una mutación en esas condiciones sociales incurriría en el riesgo de transformar el propio sistema, que lógicamente sería el pavor de quienes se benefician con él y pueden permitirse una vida relajada como beneméritos rentistas

Carlos Magariño Rojas

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