La Historia no se borra, se honra

 La Historia no se borra, se honra


Juan López Páez 


Han pasado 80 años de la victoria del Ejército Rojo sobre el nazismo, nuestro papel como comunistas es defender su papel y el de la URSS no como una nostalgia sino reivindicar su profundo significado de justicia y valores frente a lo que representó para la Humanidad la barbarie nazi, lo festejamos para que nos sirva en la pelea contra la falacia útil del revisionismo que blanquea al fascismo hoy día en el continente europeo como hace la Unión Europea y sus dirigentes.

El nazismo estableció en el siglo XX un régimen que cometió los crímenes más horrendos que registra la historia, su acción genocida contra millones de civiles durante la 2ª Guerra Mundial, se asentaba en una ideología sobre la que apoyaba el resurgir de la idea colonial del Imperio alemán derrotado en la 1ª Guerra Mundial. Durante el Tercer Reich, la «Volksgemeinschaft» es una expresión alemana cuyo significado en castellano sería “comunidad popular” uniría a todas las clases sociales y las regiones de Alemania que se convirtió en la denominación oficial para la “comunidad de sangre” y raza que el nazismo se esforzó en instituir. Según Hitler, se elevaría por encima de “clases y órdenes sociales, ocupaciones, denominaciones religiosas y toda la habitual confusión de la vida”. Desde el comienzo, un elemento central de esa comunidad mítica sería la exclusión –en última instancia, el exterminio físico— de aquellos sectores sociales que por tener sangre contaminada (es decir, no aria), eran inadecuados para formar parte de la comunidad. 

De este modo el término “alimaña del Volk ” (Volksschädlinge) pasó a ser en el discurso nazi una denominación corriente de los judíos, eslavos y otros indeseables sociales, incluidos los comunistas. El antisemitismo alemán llegó a ser realmente mortífero cuando se fusionaron las dos corrientes definidas de pensamiento: las visiones místicas de la grandeza del pasado germánico-ario, y las especulaciones pseudocientíficas sobre los fundamentos raciales de la civilización.

Una obsesion del régimen nazi era «der Lebensraum»,  la conquista del “espacio vital” para la raza superior alemana. De acuerdo al argumento de Hitler en 1925, la base residía en un hecho “simple”: “Alemania tiene un incremento anual de población de 900.000 habitantes”. Había cuatro modos diferentes de encarar este crecimiento: el control de población, la colonización interna, el desarrollo de la industria exportadora y “la adquisición de nuevos territorios”. Hitler eligió la cuarta posibilidad, desechando de inmediato las otras tres. Además, rechazó el retorno a las fronteras de Alemania previas a 1914, por lo tanto, la única solución que se le ocurrió fue una expansión hacia el Este, hacia una enorme reserva de tierras: la URSS.

Los números no mienten: ¿Quién derrotó realmente al nazismo?  

Una mirada objetiva a los datos militares es contundente. Durante toda la Segunda Guerra Mundial, la URSS destruyó aproximadamente 607 divisiones alemanas (contando con unas 100 divisiones fascistas asociadas) e incluso algunas de otras nacionalidades aliadas del Eje. En cambio, las fuerzas occidentales apenas eliminaron alrededor de 175 divisiones, muchas de ellas ya debilitadas tras retirarse del frente oriental o haber sido diezmadas previamente por el Ejército Rojo. Estas cifras son avaladas por múltiples historiadores militares independientes y no pueden ser cuestionadas sin caer en una flagrante distorsión histórica. 

Fueron los soldados soviéticos quienes sostuvieron prácticamente solos la carga de la guerra desde 1941 hasta 1945. Alemania concentró allí alrededor del 80% de sus fuerzas armadas. Fue en Stalingrado, Kursk y Berlín donde se decidió el destino del Tercer Reich. Y fue el pueblo soviético quien pagó el precio más alto: más de 27 millones de vidas perdidas, incluyendo civiles masacrados, prisioneros de guerra y niños asesinados en los campos de exterminio o durante los bombardeos. 

Los nazis asesinaron 24 millones de soldados y civiles de las distintas repúblicas que formaban la URSS. Destruyeron en su totalidad o parcialmente 15 grandes ciudades de la URSS, 1.710 ciudades y 7.089 pueblos. Incendiaron o destruyeron 6 millones de edificios y dejaron sin hogar a al menos 25 millones de personas.

Saquearon y destruyeron 40.000 hospitales y centros médicos, 83.900 escuelas y facultades. 43.000 bibliotecas públicas, 44.427 teatros, museos, salas de exposición. 31.852 fábricas, 4.100 estaciones de tren, 35.990 oficinas de correos, teléfonos y telégrafos, 90.000 puentes, 10.100 centrales eléctricas, 65.000 km de vía férrea, 56.000 millas de carreteras principales. Inutilizaron 1.135 minas de carbón y más de 3.000 pozos de petróleo. Saquearon 98.000 granjas colectivas, 1.876 sovjoses y 2.890 estaciones de maquinaria y tractores.

Sacrificaron o se llevaron a Alemania, 7 millones de caballos, 17 millones de vacas, 20 millones de cerdos, 27 millones de ovejas y cabras, 110 millones de aves de corral… 110 millones de libros quemados o saqueados. Se llevaron a Alemania más de 14.000 calderas de vapor, 1.400 turbinas y 11.300 generadores eléctricos. Inutilizaron o se llevaron 16.000 locomotoras y 428.000 vagones

Además, hay que considerar que gran parte del esfuerzo bélico soviético tuvo lugar antes de que EEUU entrara oficialmente en la guerra. Incluso después de Pearl Harbor, EEUU priorizó la lucha en el Pacífico contra Japón, dejando que la URSS sostuviera sola la batalla más brutal del conflicto: la Gran Guerra Patria. 

Occidente insiste en reescribir la historia. A través de la maquinaria de propaganda de Hollywood y los medios afines, se presenta a los EE.UU. como el principal liberador de Europa, relegando a la URSS a un papel secundario. Rusia puso los muertos, las trincheras, los tanques y las victorias. EEUU y Europa pusieron las películas, los discursos y los festivales de celebración postguerra. Pero la gloria de la victoria pertenece a quienes lucharon en los frentes más duros, no a quienes llegaron tarde, ayudados por la logística y el confort tecnológico. 

El presente, el retorno de la peste.

El nazismo es recurrente y representa una amenaza incluso cuando parecía haber sido superado, en la novela "La Plaga", de Albert Camus, el autor define que el bacilo plaga "nunca muere o desaparece para siempre; puede permanecer dormido durante años hasta que vuelva a aparecer otra vez”. 

La cristalización ideológica e institucional de las democracias europeas de postguerra se llevó a cabo manteniendo históricas conexiones entre las élites europeas y el nazismo que han persistido en el tiempo, la normalización tácita del pasado nazi dentro de las instituciones europeas tanto las económicas como las militares.

Durante los años 1930 grandes conglomerados industriales como Krupp, Thyssen, IG Farben y Siemens no solo financiaron la llegada de Hitler al poder sino que también se beneficiaron del régimen nazi explotando mano de obra esclava en campos de concentración y lucrándose con la producción del complejo industrial-militar. empresas que no ssobrevivieron a la derrota del Reich sino que se convirtieron en pilares del "milagro económico" alemán de la posguerra. Esta continuidad económica y política ayudó a moldear el desarrollo del capitalismo europeo contemporáneo: la creación de la Unión Europea, estableciendo un modelo profundamente entrelazado con intereses corporativos que ya habían colaborado con el nazismo. La élite económica alemana actual es directa heredera de los capitalistas colaboradores de los nazis, y algunos de ellos fueron parte de la nomenclatura gubernamental del Tercer Reich.

Una vez terminada la guerra, lejos de juzgar a los criminales de guerra, Occidente integró a muchos de ellos en sus instituciones más sensibles. Generales nazis pasaron a formar parte de altos cargos en la OTAN, son casos conocidos los militares nazis en el escalafón de la OTAN revelados en el estudio titulado “Nazism, NATO and West-European Integration - Correlation” revela cómo ex oficiales nazis fueron reinsertados en puestos neurálgicos dentro de la estructura atlantista. Mientras que científicos y técnicos de las SS recibieron protección y empleo en países como Alemania Occidental, Reino Unido y, especialmente, EEUU.

La doble moral occidental condena selectivamente 

Cada año, Rusia presenta en la ONU una resolución para prohibir la rehabilitación del nazismo y condenar su difusión global. Esas propuestas suelen recibir el apoyo de más de 100 países, pero son bloqueadas sistemáticamente por Estados Unidos y sus aliados europeos. Este rechazo revela una hipocresía profunda: Occidente habla de democracia y derechos humanos, pero se opone a condenar formalmente la ideología que produjo el Holocausto y millones de muertes. 

Los tres Estados bálticos y algunos del Este de Europa llevan a cabo exaltación de líderes colaboradores y cómplices del Holocausto perpetrado por los nazis, una rehabilitación consagrada de significados políticos desde hace décadas y un borrado sistemático de huellas que rendían homenaje a los libertadores, acompañado de numerosas celebraciones de héroes nacionales colaboradores del ocupante nazi y de las masacres, o bien la activa participación de fuerzas declaradamente neonazis en el golpe de Estado de 2014 en Ucrania, apoyado por EEUU, demuestran que las élites europeas son condescendientes cuando no colaboradoras, como el caso del régimen de Kiev, para dar constancia del flujo de ideas nazis, basta con visitar Kiev o Liev para ver monumentos a criminales de guerra ucranianos, símbolos neonazis y escuelas que enseñan la ideología de Stepán Bandera, colaborador directo de Hitler durante la ocupación nazi del país, —la víbora cambia de piel pero no de veneno—.

El rastro del Tercer Reich se mantiene, se trasladó de Berlín a Bruselas donde dirigentes de la Comisión Europea se atragantan de invocar la defensa de “nuestros valores” y reclaman un mayor gasto militar en los países europeos contra el enemigo ruso. Tratan de eclipsar prohibiendo las banderas rojas en Berlín, reflejan el eurocentrismo de una élite que se reconoce así misma como «Europa» compuesta por aquellos países que se someten a sus dogmas ordoliberales y alineamiento económico incondicional mediante el euro, y la vinculación militar, nos brindan la letanía recurrente de la alerta sobre los peligros que vienen del Este, que acechan a sus «valores europeos». Más que valores son privilegios que permiten que 120 millones de europeos estén amenazados de pobreza y exclusión social, mientras las inequidades en riqueza y poder han ido adquiriendo un impulso y autonomía que tienden a su instalación como una fuerza central para una salvaje cultura de la miseria, sufrimiento y muerte social.

La UE fomenta una guerra por poderes contra el enemigo ruso, el ardor guerrero de la presidenta de la Comisión Europea la alemana Úrsula von der Leyen, de la Alta Representante para la Diplomacia y Asuntos Exteriores, la estonia Kaja Kallas y gobernantes europeos no han parado de subir de tono: material de guerra cada vez más poderoso, ayuda financiera y logística para el régimen de Kiev, formación y entrenamiento de sus militares en países de la UE y Reino Unido.

La historia no debe ser propiedad de los vencedores de la narrativa, sino de quienes lucharon y murieron por ella. Por eso, Rusia tiene todo el derecho del mundo a celebrar esta victoria. No solo como un acto patriótico, sino como un deber histórico ante la manipulación creciente en Occidente de los hechos. La construcción y rescate de la ejemplaridad de los integrantes del Ejército Rojo consiguen la función activadora de la memoria, las formas institucionalizadas de conmemoración en la Federación Rusa tienen su enlace con la acción social que se desarrolla en el resto del mundo y sirven en la recuperación de las expectativas de las luchas sociales, tienen un sentido, el pasado de una historia inconclusa, que se prolonga en el presente. Tenemos que ser diligentes y estar alertas, como escribió Bertolt Brecht: “Aún es fecundo el vientre de dónde surgió la bestia inmunda”.



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