Lectura marxista de Robinson Crusoe

 

“Todo ser vivo es una especie de imperialista, que busca transformar lo máximo posible del medio ambiente en sí mismo y en su semilla.”

Bertrand Russell

Para que la acumulación capitalista funcione, dos tipos de personas deben coincidir en el mercado (y posteriormente en el proceso de producción): por un lado, los poseedores de dinero, deseosos de aumentar su capital comprando la fuerza de trabajo de otros; por otro, los trabajadores libres, libres de obligaciones precapitalistas o propiedad personal. Una vez consolidado, el capitalismo mantiene esta separación y la reproduce a una escala en continua expansión. Pero se necesita una etapa previa para allanar el camino al sistema capitalista y ponerlo en marcha: un período de acumulación primitiva 



Las lecturas juveniles dejan una huella que dura toda la vida y a veces no resulta conveniente releer de adulto aquello que nos entusiasmó de adolescentes. Manuel Vázquez Montalbán se lamentó de no poder volver a leer Robinson Crusoe como la primera vez, cuando descubrió la fascinante aventura de un náufrago que vive años en una isla desierta, se enfrenta a los caníbales y salva a Viernes.

La edad nos hace críticos y el mito de hombre libre que fascinó a Vázquez Montalbán y a otros muchos que leyeron de jóvenes las aventuras de Robinson Crusoe, con el tiempo deja de ser lo esencial y se convierte en una parábola moral e ideológica sobre el valor del individuo abandonado en la naturaleza y acogido por la Providencia y cuyos proyectos y forma de vida reflejan la idea que del mundo tenía la burguesía.

Carlos Marx analizó las intenciones morales y políticas del Robinson de Crusoe y de todos los náufragos que le siguieron: en su Contribución a la crítica de la economía política asegura que las “robinsonadas” no elogian el retorno a una vida primitiva, sino que “anticipan más bien la sociedad burguesa que se preparaba en el siglo XVI y que en el siglo XVIII marchaba a pasos agigantados hacia su madurez. En esta sociedad de libre competencia, el individuo aparece como desprendido de los lazos de la naturaleza, que en épocas anteriores de la historia hacen de él una parte integrante de un conglomerado humano determinado, delimitado.

El mundo había sido hasta entonces un espacio de sufrimiento y expiación y lo siguió siendo con el auge del pensamiento burgués, para el que matarse a trabajar no era una locura suicida, sino una manera de acercarse a Dios. Se trata de un cristianismo tergiversado, impropio de la doctrina de quien puso como ejemplo de vida plena la de los lirios de los campos, que ni trabajan ni hilan, o la de los pájaros que trinan sin preocupaciones porque el Padre ya se ocupa de todas sus criaturas.

Las ideas utilitaristas de Defoe pertenecen a la ética calvinista, que ve en el éxito económico y social la señal que marca a los elegidos por Dios. En varios ensayos, Max Weber define el espíritu del capitalismo como una serie de hábitos e ideas que favorecen un comportamiento calculador destinado a incrementar el rendimiento y, por tanto, el éxito económico, lo que a su vez hace visible al resto de la sociedad y asegura al propio protagonista, que será uno de los salvados. El enriquecimiento es un fin en sí mismo y todo se reinvierte para mayor gloria de la marca; con el tiempo, el fervor religioso disminuyó, pero quedó la idea asociada de cálculo económico y trabajo incesante.

Robinson Crusoe está poseído por el espíritu de una actividad frenética, trabaja sin descanso un día tras otro, dando muestras de una tenacidad inquebrantable y un excepcional pragmatismo: hace balance de lo que tiene y de lo que puede conseguir, calcula los costos, gasta prudentemente, guarda la primera cosecha para poder sembrarla de nuevo, de manera que al cabo de los años llegan a desbordarse los silos, cuyo contenido no puede consumir ni vender. Cumple el sueño burgués de hacerse con una segunda residencia y, en resumidas cuentas, posee almacenes repletos de bienes consumibles que superan ampliamente sus necesidades. Todo le sobra porque tampoco es un consumidor compulsivo, ni mucho menos, ya que caería en aquello que no debe hacerse, es decir, iría contra la ética calvinista del gasto, que ha de ser mínimo.

Robinson representa, en esta misma línea interpretativa, la vanguardia de la colonización occidental, encarna la ambigüedad del progreso, el peso de la civilización y la fuerza destructiva del capitalismo.

En la última parte del Volumen I de El Capital , Marx esbozó el proceso histórico por el cual los medios de producción se concentraron en manos del capitalista, sin dejar al trabajador otra alternativa que trabajar para él. Mostró cómo se creó una fuerza laboral asalariada a través de la expropiación de la población agrícola y rastreó la génesis del capitalista industrial hasta, entre otras cosas, el saqueo de África, Asia y América "en los albores rosados ​​de la era de la producción capitalista". En la historia de Robinson Crusoe, Defoe describe cómo un inglés del siglo XVII amasó capital y organizó una fuerza laboral para que trabajara para él en Brasil y en el Caribe. Por supuesto, lo que Crusoe estableció no fue una economía de mercado como la que surgió en Inglaterra, sino una economía de plantación y colonización como la que utilizó el capitalismo en el mundo no europeo. Por lo tanto, podría llamarse la historia del subdesarrollo primitivo.

Crusoe, en esta lectura “marxista” no es un hombre libre ni un defensor de la naturaleza y mucho menos representa el ideal del salvaje no contaminado por la civilización como lo ve Rousseau. Tampoco defiende una utopía, sino todo lo contrario; como señala Pietro Citati, Crusoe recomienda infatigablemente y de forma elocuente las bondades de lo que existe en la tierra y consigue hacer de la isla un emporio económico solo con su esfuerzo y con lo que tiene a mano (y lo que, milagrosamente, ha recibido en herencia del barco que aún seguía a flote cuando naufragó).

Citati recoge esta visión “capitalista”, pero subraya la importancia de los orígenes y defiende que en la isla Robinson recibirá la gracia divina después de haber sido impulsado por el mal. El futuro náufrago es desde muy joven un individuo dominado por una profunda insatisfacción acerca del lugar en el que ha sido colocado; un instinto de autodestrucción y de huida le empuja una y otra vez a embarcarse y correr aventuras, más bien desventuras, desastres y naufragios, que no le frenan más que en un primer momento de reflexión. Regresa al mar una y otra vez hasta que, en el último viaje, cuyo objetivo es comerciar con esclavos y ahorrarse la tarifa impuesta a tamaña empresa, su barco se enfrenta a una tempestad y queda varado en la misma isla durante casi treinta años.

Señala Citati que ni siquiera Defoe sabe cómo definir esta pasión por el cambio y el viaje, si como una tentación del Mal o como impulso del propio Dios, misterioso y ambiguo, que aparece en este siglo XVIII, no como sacerdote ni guerrero, sino como un burgués que ama el centro y desprecia los extremos, que “vive en la tierra para afirmar el orden y la armonía de la Providencia divina”. Dios le impulsa a viajar para que naufrague y para que su destino en la isla sin nombre consista en reconocer el rostro de la divinidad, providencial y burgués. Así, el Supremo le convierte en ejemplo de su Providencia.

Y Robinson se lo agradece, dándole lo que debe: lee la Biblia, le agradece sus dones y le tiene siempre presente. De forma distante porque no es un místico ni experimenta arrebatos de pasión, como buen burgués. El Dios al que reza en la isla ya no es el genio tenebroso que le insta a huir de todas partes como un Caín maldito, sino la medida del tiempo y el orden meticuloso de las tareas cotidianas. Ha olvidado la soberbia y la desmesura para adoptar una vida laboriosa y mediocre, aunque allá afuera sigue batiendo el mar, “que revela el rostro oscuro de Dios y que se confunde con el del Adversario”.

«No tenía la lujuria de la carne, ni la lujuria de los ojos, ni la soberbia de la vida. No tenía nada que codiciar; pues tenía todo lo que ahora era capaz de disfrutar. Era el señor de todo el feudo; o si quería, podía proclamarme rey o emperador de todo el país que poseía. No había rivales. No tenía competidor…»

La codicia de Robinson desapareció porque no había gente que organizar y controlar. La propuesta de Marx era que el plustrabajo era la única medida y fuente de la riqueza capitalista. Sin el trabajo ajeno que controlar, el sistema de valores del capitalista se desvaneció; la naturaleza misma de la producción dejó de generar una sed insaciable de plustrabajo; los objetivos de eficiencia, maximización y acumulación se desvanecieron en un sistema de valores más amplio.

El éxito de Robinson Crusoe

A pesar de que su autor, Daniel Defoe, murió en la más triste bancarrota después de haber ejercido cientos de oficios -entre ellos el de espía e incluso el de espía doble- la publicación de las aventuras de su héroe obtuvo un considerable éxito. Dice Claudio Magris que fue el primer bestseller de la literatura mundial y cita, para corroborarlo, las 196 ediciones desde 1719 a 1898 y sus 110 traducciones (incluso al gaélico y al turco). Además, le sucedieron innumerables imitaciones y adaptaciones, que en Alemania superaron las doscientas, las llamadas “Robinsonades”

En el libro de Raúl Guerra Garrido, ‘Lectura insólita de El Capital’, publicado en (1976) un industrial secuestrado por ETA emplea sus largas horas de cautiverio y soledad con el único libro que le dan sus captores, el clásico de Marx y, al mismo tiempo, reflexiona sobre su vida anterior y llega a la conclusión de que todos sus esfuerzos y privaciones no han tenido ningún sentido. Como una especie de Robinson al revés, es en la soledad y la inactividad cuando se da cuenta de que la ética del trabajo constante es una mentira y una pérdida de tiempo.

No obstante, con ‘lectura insólita’ no me refería solo a la situación del lector en el momento de emplear su tiempo en ella, sino a las diferentes, y a veces pintorescas, interpretaciones que ha suscitado Robinson Crusoe, no ya en cada tiempo y lugar, sino cada individuo hace una versión propia del libro desde el momento en que, al leerlo, lo interioriza. Hay tantos Quijotes y tantos Robinsones como lectores.

En el caso de Robinson se han dado muchas lecturas insólitas desde que se publicó: dependiendo de la época, se ha interpretado de forma diferente y se ha imitado hasta casi el infinito. El mito vuelve una y otra vez, tomando la forma del edulcorado ‘Robinson suizo’ (1812) o siendo reelaborado de forma magnífica por autores como de Coetzee en ‘Defoe’, o Tournier en ‘Viernes o los limbos del Pacífico’.

Robinson como el buen salvaje, como el colonialista paternal, el calvinista diligente, el burgués ordenado y temeroso de Dios, el viajero impenitente, el creador de personajes imaginarios para poblar su isla solitaria o como el defensor de los débiles, el aventurero o el hombre libre. Las lecturas pueden ser infinitas e insólitas. La historia es solo parcialmente dialéctica. Solo escuchamos cómo Robinson percibe las contradicciones y cómo las resuelve. En esta obra de ficción, siempre logra fusionar dos en uno. En la vida real, uno se divide en dos, y el sistema se desarrolla más allá de la fantasía capitalista de una ley y un orden adecuados. La ciencia económica también necesita la historia de los nietos de Viernes.

Fuente de lectura: Lola BallesterosLectura insólita de Robinson Crusoe”.

 Estudios de Defoe que tratan aspectos económicos

•E.M. Novak, Economics and Fiction of Daniel Defoe (Berkeley: University of California Press, 1962); 

•H. M. Robertson, Aspects of the Rise of Economic Individualism (Cambridge: Cambridge University Press, 1933); 

•Ian Watt, The Rise of the Novel (Berkeley: University of California Press, 1957); 

•Dorothy Van Ghent, The English Novel (New York: Harper and Row, 1961), chapter on Moll Flanders; 

•Brian Fitzgerald, Daniel Defoe (London: Secker and Warburg, 1954); 

•Pierre Macherey, Pour une Théorie de la Production Litteraire  Francois Maspero, 1966; 

•John Richetti, Popular Fiction Between Defoe and Richardson (New York: Oxford University Press, 1969).

•Stephen Hymer (1971) “Robinson Crusoe y el secreto de la acumulación primitiva” Monthly Review




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